Más allá de las Nubes



Es la morada de los dioses, el ojo de un mar antiguo, y un lugar de majestuosos volcanes que se miran en un campo amarillo. Es Socompa, el destino final del tren carguero que parte cada semana desde la estación de Salta hacia los confines del altiplano andino.


  8.30 AM. Año 2001. Estación de Tren. Salta. Es viernes. Un viernes como cualquiera. La boletería aún no abre pero ya son varios los que hacen fila para comprar su boleto. Son extranjeros en su mayoría. Están a punto de emprender su viaje tan ansiado por el altiplano del norte andino sudamericano, ese que en las guías internacionales figura entre los más codiciados y que ya ubicó su meca en San Pedro de Atacama (Chile). Pero estamos muy lejos de ese destino aunque dentro de la misma geografía.



                                                                                                                                                                                                      Foto AB

  Hay que ir bien dispuesto. No sólo con hojas de coca para el acullico que seguramente nos repondrá del temido apunamiento. No. Hay que ir dispuesto a olvidar al tiempo. Y eso ya intuye el pequeño grupo que se apresta a compartir tres días con los lugareños. Ellos, sí que se divierten. Son las 11 de la mañana, la locomotora está en viaje en algún punto entre General Güemes y la estación de Salta, y ya humea la cocina del bar del vagón de pasajeros. Empanadas de carne y vino tinto.

  12:40. Zarpamos. La gente saluda mientras el tren abandona la urbe. Estación Alvarado, Atocha y en Rosario de Lerma se detiene. Suben pasajeros, entre ellos doña Condorí, una septuagenaria que bajará luego. Coquea, le faltan 0.50 centavos para el pasaje y el guardia la mira con picardía. No dice nada y ella se ríe.

  Campo Quijano, primer curva, segunda parada. La gente vende fruta, verdura, tortas, juguitos, helados y el diario. Se llena el vagón de pasajeros y cerca de las 2 de la tarde entramos a territorio puneño por el Portal de los Andes. Es la Quebrada del Toro, cambian bruscamente las tonalidades del paisaje, y el río dibuja el suelo con tinta roja. Hay flores amarillas,  alamedas, bosques de cactus, y verdes oasis en donde se asientan los hombres con sus puestos. Ahora en el vagón los grupos se mezclan y en el bar, los visitantes dialogan con los nativos de la puna.

 Porfirio Puca, de unos 30 años, cuenta anécdotas sobre la construcción de la nueva ruta que une la capital con San Antonio de los Cobres - en la que trabajó - y  de a poco cuenta también su vida. “Yo trabajé en las minas desde los 14 años pero ahora me dedico a la sastrería, la carpintería y arreglos de electricidad”, dice mientras sus compañeros se ríen en una ronda de tinto. “La ruta nacional 51 se hizo cuando llegó el primer camión de estafeta postal a San Antonio porque antes esto era camino de arrieros que llevaban ganado en pie a Chile”.
- ¿Te gustó leer siempre?
- No. Digamos que cuando uno nace tiene que saber la identidad de su pueblo
- Pero no toda la gente piensa como vos
- Los hombres de acá tenemos que andar para conocer y conseguir trabajo. En mi caso, fue el deseo de un padre de lograr que su hijo se supere. El salió en excavaciones de minas, trabajó en boratos, y de chofer. Trabajó como aguatero desde los 9 años de edad. Entonces, el padre no quiere que su hijo sea igual.


Foto: http://www.welcomeargentina.com


Son 7 horas de trayecto a San Antonio de los Cobres y estamos a mitad de camino. Baja doña Condorí en Diego de Almagro y el sol ya casi se esconde. Pasaremos de noche por San Antonio, el viaducto La Polvorilla, Abra de Chorrillos y Olacapato, pero despuntará el día el Tolar Grande.

 Apenas las 6 de la mañana y todavía los pasajeros están un poco dormidos. Fue la primer noche a bordo del tren y ellos, los descendientes del kolla, cantaron y charlaron toda la noche. Ahora se suman otros - al parar el tren en Tolar - que desayunan un buen sandwich de milanesa en el bar del vagón mientras sigue la fiesta pero se bajarán luego.

 Comienza a desparramarse el sol por las montañas y el paisaje es simplemente magnífico. Hay como espejismos, pequeñas nubes detenidas al ras del suelo, cerros multicolores y desiertos de sal. Pasamos por Taca Taca y Vera de Arizaro, y en Caipe el tren detiene su marcha. “De todos los lugares que recorrí, éste es el más bonito”, asegura Julio, uno de los maquinistas de la nave. Hace 17 años que maneja y explica que la zona norte es exclusiva de carga. Habla de los corredores, de la posición estratégica de General Güemes, y de las razones que encuentra para suponer por qué los chilenos no quieren un vagón de pasajeros en sus trenes de carga. “Hay muchas versiones - dice -: unas son de demanda y otras tienen que ver con el seguro de los pasajeros”.



Foto: http://www.elnortero.cl (11-08-2009)


  “Estas máquinas pueden servir para darle luz a un pueblo”. El turno es ahora de Nicolás, quien conduce la locomotora hasta Socompa. “Genera 600 voltios y puede llegar hasta los 80 kilómetros por hora, aunque claro, con riesgo de descarrilamiento”. La máquina transporta desechos de sal que vienen del salar de Pocitos, nitio, gasoil de reserva para locomotoras, azúcar, arroz y aceite en toneladas que van directo al puerto de Iquique.

  Sigue la charla. “En los ´70 llegaron éstas locomotoras desde Estados Unidos. Cada una cuesta 6 millones de dólares y hay como unas 30 en el país”, continúa. Atravesamos Churulaqui, una estación abandonada, en dónde un hombre vió allí un OVNI en 1984. “Está asentado en el diario del día”, precisa Nicolás.

  Son las 13:10 y la altitud alcanza los 3600 metros. En Quebrada del Agua las casas de los hombres que hacen el mantenimiento de las vías trepan en los vagones para bajar a la ciudad. Son unas cuantas casas encajadas en la piedra de la montaña que miran hacia un ojo de mar justo frente al gigante dormido.



             Foto: Edición digital diario El Tribuno (29-11-12)

  Sólo resta un par de horas antes de pisar Socompa, el puesto al pie del volcán. Hay vicuñas en el camino, los restos de una locomotora y su carga que se cayó hace 3 años, y por fin, se divisa el paso de frontera. Todo el grupo desciende y, al bajar, la cabeza duele. Es uno de los lugares con menos oxígeno en la zona así que es mejor hacer todo lentamente.

  La locomotora hace maniobras, unos cuantos cruzaron la frontera para sacar fotos y saludar a los carabineros. Pero al regresar al vagón para comer algo  no hay buenas noticias. Al parecer, habrá que quedarse unas 6 horas esperando que llegue una locomotora desde Caipe. Y no queda otro remedio.

  Mientras, en la cocina se preparan algunos almuerzos y José Antonio dialoga en el vagón con un grupo de extranjeros. Hablan de fútbol, de cuantos jugadores argentinos hay en Chile, de los militares, de Pinochet, de las guerras y del comercio de armas, de todo. Entonces llega otra noticia: iremos a Caipe pero a recoger carga.

  La locomotora emprende el regreso. Son cerca de las 4 de la tarde y el sol muestra el lugar en todo su esplendor. El Llullaillaco al fondo, el Socompa en frente y un campo amarillo entre ambos, un cerro que parecen pechos de mujer mientras el templo sagrado de los Incas se superpone con otro en una exquisita y simétrica forma. El ojo de mar, los ojos que le siguen, una cañada y un paredón de piedra. Detrás, el infinito, el fondo mismo del mar pero hace millones de años atrás.


Foto: http://tallereskarpik.blogspot.com.ar


  En Caipe serán 6 horas de espera. ¿A qué hora llegaremos a Salta?, se preguntan algunos. Por lo menos Nicolás quiere llegar a las 5 de la tarde del domingo para ver Racing-River. Será otra noche de coplas hasta el amanecer y otro día (el último) de paisajes que deslumbran. El punto más impactante de todos será el cruce por Abra de Chorrillos y por el famoso viaducto La Polvorilla.

  Después, la vida continúa. Dos alemanas de no más de 17 años quieren ir hasta San Pedro de Atacama y planean hacerlo desde San Antonio de los Cobres. Saludan en la estación, otros regresan a Salta en remis, mientras los habitantes del lugar intentan vender alguna cosita a los viajeros. 

  Y por fin el regreso. La entrada al valle será a las 6 de la tarde. Ya surgen muchas postales en la memoria, muchas historias por contar y queda la sensación que aún restan muchas coplas por escuchar. Son esas vivencias que no quedan incrustadas en la foto y que jamás podrán ser contadas por cronista alguno. Momentos únicos de un viaje inolvidable.



Analía Brizuela
Publicado originalmente en Diario El Tribuno,  Salta


PARA OTRO VIAJE (AHORA FOTOGRÁFICO), PULSAR AQUÍ.

Leave a respond