Reflexiones




DIARIO DE SAN PEDRO

La Paz, Bolivia. Un caso particular rejas adentro.i


Como toponimia, el nombre podría sugerir un hito católico, quizá un campo santo. Pero no. Sobre el borderline territorial que es La Paz (1) denota otra cosa. Gruesos paredones de piedra encierran la cárcel emblemática de Bolivia. Nunca fue un monasterio, un lugar de retiro para curas, ni nada por el estilo. Es un edificio construido con el claro objetivo de ser una penitenciaria, demandó once años y finalizó en 1897. A dos cuadras de la Avenida del Prado - columna vertebral del tapiz urbano paceño – asoma sobre una loma alta, frente a la plaza de nombre homónimo (2). Curiosamente es un penal abierto al turismo.


La Paz, Bolivia, verano de 1998



Uno de los internos del penal sostiene que en el pasado ese fue un lugar de retiro y que los años y los parches que exhibe su arquitectura terminaron por borrar los vestigios de aquel noble sitio. Se trata del guía, un huésped que asumió el rol ante el turista (tan ocasional como osado) que aceptó la oferta por algunos bolivianos. Para el ingreso temporal no media reserva en una agencia de viajes. Mi compañero de ruta sabía que era cosa usual pararse frente a la puerta principal del penal para divisar en el mar de personas desconocidas aquellas que destacaran por ofrecer un paseo guiado. Turista y novedad se dieron la mano.


Primer imagen del penal, al elegir quién podría guiarnos.
Foto publicada en la edición on-line de JornadaNet.com el 16/02/2011

Patios y rincones entre luces y sombras, telas sucias y rotosas que hacen de puertas, habitaciones que simulan celdas, pisos que anticipaban lo inusual en la minúscula geografía de San Pedro. “Estar acá es como tomarse un descanso”. Suena raro. Más cuando sale de boca del guía ya casi al final de la visita, sentado entonces de cara al ventanal de su departamento / celda, mientras el cielo, las casas pegadas en las laderas y las nieves eternas del Illimani cambian de color, allá afuera.




Argentino, porteño, aventurero, descarado, frío, valiente, un tanto improvisado, le alquila un cuarto de su pequeño departamento al “Marsellés”, un hombre de principios y pulso de hierro, que no vacilará - ni vaciló - jamás a la hora de cumplir con la misión de separar para siempre el alma de algún que otro cuerpo. El hombre dedica sus días a la crianza de dos de sus hijos que, desde hace un tiempo, viven con él. Sí, con sus hijos, cosa normal en San Pedro (3). Hace más de diez que está dentro, cumpliendo una condena – explicaría luego - por confiar demasiado en su buena suerte. “Yo traía autos de Brasil, cuando en Bolivia te dejaban patentar un coche sin tener papeles”. Es sólo un fragmento en la historia.



Hugo se parece al guía que nos mostró el penal de San Pedro.
Foto BBC web MMXI – Artículo (Téxto y fotos) Rafael Estefanía 

Los negocios rejas adentro son cosa lícita. Los del huésped-guía se abren en abanico. Uno de ellos es el arriendo de espacios en su hogar, que cuenta además con un entrepiso donde - en diminuto – reparte el cuarto de los chicos y la cocina. Alquila televisores a otros internos, maneja la renta de celdas propias y de terceros (4), y es segunda línea en el comercio de pilcha (5). Y no es que dentro de ese penal exista un mercado de pulgas (6).



San Pedro no es una ciudad, es una cárcel. La imagen corresponde a uno de los patios del penal.



La información visual del recorrido desconcierta. Los patios de San Pedro tienen restaurantes al mejor estilo local, billares y metegoles, kioscos surtidos en golosinas y artículos varios, más una que otra chola mezclada con los presos que se ganan la vida, sentados y rodeados por su oferta del día. La dinámica de la gran manzana confunde a un visitante sobre el lugar que pisa. ¿Qué diferencia hay entre estar dentro y ser libre?. Para el turista una será simbólicamente clara: mientras visite el penal, su pasaporte permanece en manos de los guardias que custodian la puerta principal. Cuando a las 7 pm un sonido largo y latoso detenga el murmullo cotidiano, será el momento de partir. Caso contrario, hasta la mañana siguiente (7 am) su condición cambiará drásticamente a prisionero indocumentado en una cárcel de régimen abierto (7).



Ensayo otra respuesta mentalmente ya casi al final del itinerario y a medida que cierra la charla que conecta a los turistas con el guía y su itinerario. En un momento cuenta que las provisiones (comida y otros) y la pilcha ingresan cada madrugada al penal de San Pedro. Pienso entonces que para los presos, con tiempo para observar y analizar que por esos altos paredones es fácil trepar y también saltar, la muralla funciona de otro modo. Nadie huye: el acto más bien forma parte de una fantasía. “Un día, cuando me canse, voy a salir volando de aquí en un aladelta”, amenaza el vecino de enfrente al hogar del guía. Un canadiense con aire a indio navajo que sale a husmear al vernos. Por ahora, prepara panqueques. “¿De qué quieres el tuyo?”, dice al visitante en trabado español con acento inglés. Y antes que medie respuesta: “son cuatro bolivianos”, reafirma con los dedos. Conclusión posible: todo es negocio, todo sirve para financiar la subsistencia, y lo que no se paga dentro, quedará en “saldos pendientes” una vez libre, allá afuera.





Vista de un patio y las celdas.
Foto publicada en el sitio www.taringa.net




El edificio que sobresale puede confundir al interpretar foto. Se trata de uno de los patios del penal, con los presos disfrutando de un espectáculo. Publicado en la edición digital del Diario La Razón (La Paz) del 18 de Julio de 2010.


Ya en el departamento - celda del guía, miro por la ventana y me detengo en los pisos del penal. Ya no dudo que ellos mantienen una relación directa con la geografía del poder en San Pedro. Pienso en un pasaje del itinerario, cuando llegamos al lugar que los presos denominan “el subsuelo”. Esta situado sobre un sector de la planta baja, en habitaciones que parecen amplias. Siluetas amontonadas aparecen encimadas, apretujadas, de cara bien chupada “porque fuman pasta base” explica el guía, mientras su mano abre el telón de la escena. A primera impresión el subsuelo sugiere el lugar de los olvidados, de los perdidos, de los despojados totalmente de su libre albedrío. Pero no. Es el de los marcados por propios (internos, autoridades del penal) y ajenos (los habitantes del mundo externo). Ellos forman parte del sistema, pero el nivel de adicción y la incapacidad de pagar por su propia vida rejas adentro los convierte en mensajeros “todo servicio” rejas afuera.


Luego recuerdo que en la misma planta baja del penal, una serie de pequeños cuartos otorgan otro status simbólico a sus habitantes. Presos de menor categoría, sí, pero capaces de alquilar su espacio. Los rentistas son quienes se distribuyen en los pisos (primero, segundo, …) porque sin duda, el orden de los factores sí altera el producto en San Pedro. Cada recluso ostenta un rol y posición: el que se ganó y/o puede pagar. Las coordenadas se hacen visibles al conocer sus permisos y posibilidades de comerciar, es decir, rentar cuartos, mandar a construirlos, alquilar televisores, vender pilcha, o recolectar el dinero de los paseos guiados. La lista completa permanece oculta.


El centro de mando, el verdadero corazón, abarca un patio limpio y ordenado, al que el guía puntualmente marcó como “vip” o casi sagrado: el umbral entre la vida y su muerte. Es el lugar de los prisioneros jefes, los capos caídos en desgracia puertas afuera, y los caciques que por fin se hicieron de un nombre rejas adentro; en definitiva, de los que en todo sentido ofician de nexo entre Dios (las autoridades formales) y la población del penal (los reclusos y sus familias).


Un ruido latoso avisa que es momento de partir. Un peruano que se acercó a charlar acompaña al grupo a la salida. Un pequeño laberinto nos deposita frente a un grupo de guardias, y luego nos devuelve al exterior. Aunque los días pasan y cada quién emprende el regreso, cada tanto vuelve la sensación de no saber si San Pedro era realmente un penal y si las calles de La Paz representan realmente el mundo libre.


A la experiencia de San Pedro le siguieron largas caminatas nocturnas por calles solitarias y frías. El centro paceño, los barrios acomodados, la casa presidencial (con Víctor Paz Estenssoro dentro), estrechos puentes y casas de adobe cubiertas con chapa. El tema de conversación del itinerario sólo guiado por la intuición siguió inmerso en la producción de hojas de coca, en las preguntas por si verdaderamente ella forma parte de la bebida Coca-Cola, o si la pata latina de su secreto ingresa en grandes cantidades a EEUU desde Bolivia o el norte del Perú. Preguntas pendientes que siguen girando por mi cabeza.



Solitarias y frías calles en La Paz (Bolivia)


Bolivia. 2010 / 2011.


En perspectiva, la reflexión sobre la experiencia navega por varias rutas: unas privadas, otras no. Las últimas avanzan por el lado de quienes afirman que las escuelas, los hospitales y las cárceles califican entre los mejores estetoscopios con los que auscultar a un país. Ya en los noventa era visible un cambio de época. La tipología del condenado pasó de estar ligada a delitos contra la propiedad, homicidios, o detenidos por razones políticas, al espectro que conecta a los huéspedes de San Pedro con el poder real del narcotráfico. Tal como las jerarquías del penal, ser mula (8) es sólo la base de la pirámide.



Ser mula es sólo la base de la pirámide.
Fotografía que forma parte de una serie de retratos realizados por Andrés Boero Madrid en el año 2009.


Después del oro, el estaño, el cobre, el litio, el gas o el petróleo ¿por qué aún hoy Bolivia despierta el interés geopolítico de potencias mundiales?. La presencia militar de una de ellas -la norteamericana - en aeropuertos, fronteras físicas, o en zonas diversas de las Yungas (El Chapare) fue un elemento más del paisaje para los bolivianos hasta que Evo Morales (el presidente indio que gobierna el país desde principios de 2006) echó uniformes y representantes diplomáticos tras la Masacre de Pando de setiembre de 2008 (9). En Santa Cruz de 1998 los gigantescos aviones estacionados sobre una pista del Viru Viru (10) no causaban pánico entre los cambas (11), sino todo lo contrario.


Los diarios, portales online, radios, medios en general, cada tanto hacen circular en formato de alerta lo importante que es lograr la erradicación de plantaciones de coca. La noticia no era novedad en 1998 y no lo es en 2011. Tampoco la meta se junta con las intenciones. Más bien la realidad indica que Evo Morales (dirigente cocalero del Chapare cochabambino) no logra jaquear su verdadero poder: el que contamina las prácticas de los habitantes, se mete hasta el fondo de su vida cotidiana, y rompe o se apropia del destino de familias enteras sin tener que aplicar modelos de desaparición de personas tan común en América Latina. ¿Qué es San Pedro entonces? ¿tan solo una rareza, un caso aislado en el corazón de La Paz?.


En la realidad política, social y económica de Bolivia aparecen indicadores ligados a un elemento crucial: comer o no comer. El trabajo informal domina y lo que gana la mayoría no alcanza. Son las prácticas de narcotráfico (mula o más) las que dan respuestas a un imaginario que cruza lo real con los deseos de un mejor horizonte. La solución política de Evo Morales (estatizar el petróleo, el gas, teléfonos, etc.) no logra superar la incapacidad de Bolivia para abastecerse de alimentos, algo que arrastra hace más de tres siglos.


Con los años y todos los hechos que sacudieron Bolivia (bien y mal) en la última década, no resulta descabellado ir más allá y suponer que en su territorio - dónde ya no hay presencia militar foránea – ahora funciona un laboratorio social controlado por el Primer Mundo a través de las ONGs. Pienso en por qué Bolivia parece romperse a pedazos a pesar de la nacionalización de sus recursos naturales. Pero centrando el foco sólo en San Pedro, en ese contexto su caso no es aislado. Su figura no representa la puerta a cielo alguno en el corazón de La Paz. Por un lado, San Pedro exalta el eterno espíritu comercial de los bolivianos. Y por otro evidencia la profunda influencia y poder del narcotráfico en su población.


Analía Brizuela




Notas al pie:


(1) La ciudad de La Paz se encuentra en un punto puente: de un lado se encuentra el altiplano; del otro la yunga. 


(2) En la plaza existe un pequeño monumento al General Sucre. De aquí, se la conoce también como Plaza Sucre. 

(3) Según un artículo de la BBC web 2011 realizado por Rafael Estefanía, hasta el año 2010 el número de niños que vive en el penal es de doscientos. Ver aquí. 

(4) En el mismo artículo, en 2010 las celdas más caras cuestan por mes entre $1000 y $1500 bolivianos (entre u$s 142 y u$s 214). Las hay más económicas de $80 bolivianos (U$S12). Los más pobres – que viven en el subsuelo – comparten celda. Ver aquí. 
Disponible aquí.

(5) Pilcha en la jerga interna abraza por igual cocaína, marihuana, pasta base.

(6) En el Norte Argentino abundan. Son galerías sin fin que comercian ropa y otros artículos.

(7) “El "régimen abierto" significa que no hay vigilancia en su interior, por lo que en sus patios todo puede pasar -y pasa-, mientras que muchas de sus celdas se han convertido en viviendas con grandes comodidades, dependiendo del poder económico de los reos, que en un 75% no tienen sentencias en firme”. Cita extraída del blog “Documentos Imprescindibles”, publicación de 10/09/2010.


(8) Es el pasador fronterizo de droga en pequeñas cantidades. 


(9) 11/09/2008. Ocurrió cerca de la población de Porvenir (departamento de Pando). Fue el momento más crítico en el conflicto que enfrentaba al gobierno de Evo Morales con los departamentos de la Media Luna (Santa Cruz, Beni y Pando). Los segundos buscaban separarse del Estado Plurinacional de Bolivia. Más info aquí.


(10) Aeropuerto Internacional de Santa Cruz (Bolivia). 


(11) El vocablo camba es una palabra usada en Bolivia para definir a la población.